En las últimas décadas, a raíz de estudios como El héroe de las mil caras de Joseph Campbell y, anteriormente, El nacimiento del héroe de Otto Rank, muchas historias —tanto mitológicas como literarias— han sido leídas desde una estructura común: el viaje del héroe. Este modelo ha servido para pensar procesos de desarrollo psicológico o espiritual, en los que la persona atraviesa las fronteras de su vida ordinaria para adentrarse en un mundo extraordinario, transformarse con las pruebas que realiza y volver de nuevo a su vida, donde lo principal que ha cambiado es él mismo.
En este artículo nos detenemos en un mito en particular: el descenso de Orfeo al inframundo en busca de Eurídice. Esta historia, menos centrada en la conquista y más en la pérdida, el amor y el arte, ofrece claves simbólicas especialmente útiles para pensar el proceso terapéutico como un viaje de reencuentro con lo perdido.
Resumen del mito
Orfeo vivía profundamente unido a su amada Eurídice hasta que ésta aparece muerta repentinamente. Orfeo queda devastado por el impacto de esta noticia. El dolor lo impulsa a emprender un acto inaudito entre los vivos: descender al inframundo para intentar traerla de vuelta.
Con su lira en las manos, desciende al mundo de los muertos. No va armado, sino acompañado de su música, que conmueve y abre paso entre sombras, aguas y guardianes. Caronte lo transporta, Cerbero se aquieta, las almas lo escuchan. Finalmente, alcanza a Perséfone y Hades, señores del inframundo.
Orfeo no suplica: su lira canta el vacío y el anhelo. Los dioses, conmovidos, acceden a dejarle llevarse a Eurídice, pero imponen una condición: no debe mirarla hasta salir ambos del inframundo.
Orfeo inicia el ascenso, con Eurídice detrás, envuelta en sombras. Pero al borde de la salida, el miedo o el deseo de certeza lo vencen: se gira para mirarla. En ese instante, Eurídice se desvanece para siempre.
Orfeo regresa solo. Ha perdido de nuevo, pero también ha descendido, cantado y tocado una profundidad que ya no le abandonará. El canto permanece.
¿Qué lecturas psicoterapéuticas podemos hacer del mito?
El mito puede interpretarse simbólicamente como una travesía interior. Proponemos aquí una lectura en seis momentos del viaje terapéutico, a partir de las figuras y acciones clave del relato:
1. La llamada al viaje
Orfeo emprende su descenso movido por la pérdida. De manera similar, muchas personas llegan a la terapia tras la crisis que desencadena una ruptura, un duelo o una sensación de vacío. Es ese instante en que lo cotidiano ya no basta y algo profundo llama. No hay un mapa, hay incertidumbre respecto a lo que puede suponer sanar y/o cambiar, pero hay una falta que impulsa a buscar.
2. El descenso al inframundo
El inframundo representa aquello olvidado o negado: memorias dormidas, heridas antiguas, aspectos rechazados de uno mismo. En terapia, este descenso es simbólico pero real: implica enfrentarse con el dolor, la sombra y la complejidad de uno mismo y su historia. Como Orfeo, el paciente requiere valentía y tiempo para atravesar ese terreno incierto.
3. La lira: un poder no violento
Orfeo no lleva armas; lleva una lira. Su música no conquista, conmueve. La lira es símbolo de sensibilidad, de delicadeza, de expresión poética. En terapia, este poder puede manifestarse en muchas formas: la palabra sincera, la creación artística, la respiración consciente, el acompañamiento empático. No se trata de forzar cambios, sino de abrir espacio a lo que necesita ser escuchado y transformado.
La lira también es símbolo del modo en que podemos sostener nuestro dolor: no huyendo, sino dialogando con él. Esa música interior —ya sea a través del arte o la escucha interna compasiva y delicada— facilita que incluso las partes más oscuras de la psique se conmuevan y regulen.
4. El reencuentro con Eurídice
Eurídice puede representar aquellas partes olvidadas de la psique: sensibilidad, deseo, energía vital, memoria, intuición… El reencuentro con ella es el momento en que lo perdido en el pasado vuelve a manifestarse en nosotros.
En griego antiguo, symbolon significaba “arrojar juntos”: era un objeto dividido en dos que, al unirse, confirmaba un acuerdo o una identidad compartida. En la terapia, este símbolo es clave: volver a unir lo que fue separado, reconstruir el sentido de unidad interior.
5. La mirada atrás
Cuando Orfeo se gira, Eurídice se pierde. Este momento puede leerse de múltiples formas: ¿fue un error?, ¿una necesidad inevitable? A veces, cuando volvemos a mirar lo perdido, lo que encontramos ya no puede permanecer igual. Algunas cosas solo pueden vivirse en lo profundo, desde un lugar que no se conoce desde la mente más racional y que es difícil controlar o mirarlo con certeza. Al mirar, las fijamos… y se desvanecen.
Pero queda algo: el recuerdo, la transformación, el símbolo. El canto de Orfeo permanece, como permanece en nosotros lo que fuimos capaces de mirar con autenticidad, incluso si ya no está presente.
6. El regreso
Orfeo regresa solo, pero no vacío. Ha atravesado la muerte, ha sentido, ha cantado en la oscuridad. La Eurídice que no logra traer consigo es también aquello que, aunque perdido, ha sido tocado y tal vez recordado y simbolizado. En terapia, muchas veces no se “recupera” lo que se anhelaba tal como era, pero a través del reencuentro con esta parte se accede a una nueva relación con uno mismo: más viva, más presente, más verdadera.
CONCLUSIÓN
En este mito, no hay victoria épica. Hay belleza, pérdida y profundidad. El viaje de Orfeo es el del alma que, movida por el dolor, decide descender para reencontrarse con lo esencial de sí misma. Y aunque no lo recupere del todo, vuelve transformada. Como en psicoterapia: el proceso no consiste en evitar el dolor, sino en aprender a sostenerlo, a dialogar con él… y a regresar con el recuerdo y/o símbolo de algo que antes no sabíamos que llevábamos dentro.
Javier Pozuelo
Psicólogo Clínico en Psicólogos Retiro